La historia siempre se repite. Vuelve a sonar el mismo disco. Hasta que decides sacarlo. No, ni siquiera lo decides, es un acto reflejo, te estás defendiendo de un ataque que sólo tú puedes ver. Lo sacas, lo posas con delicadeza en el suelo y levantas lentamente la pierna derecha, porque quieres acabar con buen pie, para después pisarlo bruscamente con tu tacón de aguja. Y saltas encima con los dos pies y sus dos tacones de aguja, hasta rayarlo y rasgarlo y romperlo y desquebrajarlo, para que no suene más.
La historia siempre se repite hasta que deja de hacerlo.
No estás haciendo lo que todos creían que harías, y no sabes cuánto no lo haces porque no quieres y cuánto no lo haces por no darles la razón. Hay algo subversivo, valiente, casi heroico en no hacer lo que se espera de uno, sobre todo si hacerlo no supone ninguna complicación.
La historia siempre se repite hasta que deja de hacerlo. Hasta que tú renuncias. Hasta que colocas un nuevo vinilo en tu tocadiscos. ¿Cómo sonará?, te preguntas mientras colocas la aguja de punta elíptica. ¿Me gustará?
Y respiras el excitante aroma de la vida sin estrenar.
La historia siempre se repite hasta que deja de hacerlo.
No estás haciendo lo que todos creían que harías, y no sabes cuánto no lo haces porque no quieres y cuánto no lo haces por no darles la razón. Hay algo subversivo, valiente, casi heroico en no hacer lo que se espera de uno, sobre todo si hacerlo no supone ninguna complicación.
La historia siempre se repite hasta que deja de hacerlo. Hasta que tú renuncias. Hasta que colocas un nuevo vinilo en tu tocadiscos. ¿Cómo sonará?, te preguntas mientras colocas la aguja de punta elíptica. ¿Me gustará?
Y respiras el excitante aroma de la vida sin estrenar.
Imagen de Ligeia