15 de junio de 2010

En un banco

A veces me siento en un banco. De un parque. De noche. Escuchando el mp3. A Oliver o Portishead. Depende del día. Depende de mi día.

A veces me siento en un banco. Con el mp3. Y cierro los ojos. No oigo más que la música. Y me voy, sin irme lejos. Y ahí donde voy sin-irme-lejos, no peso y floto, y tú también flotas conmigo. Como en una de esas naves en el espacio. Y a mí, que tan mal se me daban las volteretas de niña, ahí me tienes, haciendo carambolas en el aire. Y ahí los árboles pueden ser plateados, y no pasa nada, y nadie se alarma. Y nadie pregunta si el agua es potable. Claro que es potable. Ahí nada es nocivo. Y nada da miedo. Ni siquiera esos payasos tristes de los cuadros polvorientos de la vieja mansión de la abuela majara. Nada, ni los payasos, nada da miedo.

A veces me siento en un banco. Y cierro los ojos. Y me gusta. Lo que no me gusta es que al abrirlos me falte la cartera.