Imagen de Hannah |
No leo el pensamiento. Leo las emociones. No es un don que haya deseado. Tampoco sé si considerarlo un don. No sé qué hay de bueno en saber qué siente la gente. Y más cuando te están diciendo que sienten una cosa pero tú lees que sienten otra. Gente que dice que es feliz pero tú lees que no duermen, que no conocen la tranquilidad ni la confianza, que están al borde del abismo. Gente que dice que está triste pero tú lees que exageran su estado porque necesitan ser el centro de atención, el centro de tu atención por un momento.
Leer las emociones me ofrece una ventaja que no he querido aprovechar, sobre todo, a la hora de tratar a gente que no conozco. Pero, lo advierto, voy a empezar a hacerlo. Si todos tenemos ventaja en algo, tal vez esa esa la mía.