Tenía en su cabeza una puerta y al abrirla podía ir donde
quisiera. Podía transportarse a la ciudad flotante con Jim; o tomar el té con el
sombrerero, loco por culpa de la cola; o volar a través
de las nubes de algodón de Gondry; o pasar la noche en el Gran Hotel del Norte
y llevarse una de esas postales con búhos de recepción y enviársela a sí misma
y recibirla justo al volver a casa; o podía ir a mundos en blanco y negro y
colorearlos o dejarlos como estaban; o pedirse una maxi ensalada en el Monk’s; o
compartir un piti con Sal Paradise en un
sucio vagón de tren o una dosis de cortexiphan con la niña Olivia; o ser la única
persona en el planeta; o ser todas las personas; o ser viento.
Tenía en su cabeza una puerta y al abrirla podía ir donde
quisiera. Por eso muchas veces se quedaba sentada frente la pared. Por eso
pocas veces salía por la puerta de casa.