Dos mil cinco: bebistrajos diversivos y algún traspié. No pasaste de puntillas. No dejé pasar ni un tren. Dos mil cinco: pocas luces, sin embargo lucidez. No te fuiste de rositas. Cimentaste el dos mil seis.
Empecé el último año de carrera. Trabajé como pizzera. Fue el verano en el que me puse morena. Andreu se mudó a Antena3 con el neng. Fue el primer año sin Friends. Siempre estábamos en el messenger, no disponibles o ausentes, aunque de cuerpo presentes. En Halloween una fiesta no fue suficiente. Íbamos al videoclub a por pelis, en aquellos tiempos, ese era nuestro netflix.
Vi los pisos del Windsor ardiendo. Años después, en myspace, sus sombras darían nombre a una canción que aún recuerdo. Perdí cientos de horas en buscar un lugar donde tocar el suelo, abracé la fe repelente —era pirata primero—. En Sunnydale Buffy daba coba a Spike. En el Kodak Drexler se llevaba la estatuilla y le daba la vuelta a una tortilla de huevos duros y estrechez de miras.
Dos mil cinco, dejaste imágenes movidas y de baja calidad de batidos en la Farnesina y de bocatas en el Rotterdam, de la nieve reposando sobre el césped del Luis Sitjar, de nosotros convertidos en dibujos de South Park.
Dos mil cinco: bebistrajos lenitivos y algún traspié. Tú no pasaste de puntillas. Yo no dejé pasar ni un tren. Dos mil cinco: pocas luces, sin embargo lucidez. No te fuiste de rositas, cimentaste el dos mil seis.