Los cobardes se pasan largas tardes en los parques dando de comer a sus miedos. Tiran trozos de pan duro a los alados no-puedo-hacerlo y la-voy-a-joder-como-siempre; ofrecen, entre los barrotes de la jaula, restos de comida a no-lo-entenderá, no-le-gustaré, es-imposible; ceban al peludo nunca-seré-nadie y a múltiples variopintas feroces bestias más.
Los cobardes dan de comer a sus miedos. Porque es más fácil que dejarlos morir de hambre y enfrentarse a lo desconocido.
Por eso, alguien tenía que decirlo: NO ALIMENTEN A SUS MIEDOS.