No sabemos del todo qué es estar vivo porque no sabemos qué
es estar muerto. Los extremos siempre nos han servido para situarnos en el
mapa, para orientarnos. Nos conformamos con aquello de ‘sentirnos vivos’. Vivir es sentir. ¿Sentir qué? ¿Felicidad? La linealidad de la
felicidad es aburrida. Por eso, en ciertos inevitables momentos, buscamos el
drama. El drama es sólo un paseo entre un buen lugar y otro buen lugar. Pero
vaya paseo. A veces lo peor no viene de fuera. Siempre somos dos: uno quiere
quedarse en un lugar y otro quiere moverse. El lastre de la nostalgia y la tradición
pesan. El impulso y lo apetecible que se presenta lo desconocido son ligeros,
pero más habilidosos, suelen ganar tarde o temprano. La convivencia de esos dos
tú es complicada, especialmente en los momentos de drama. Siempre tiene que
morir un poco uno de tus tú. Aunque, luego, asentado en el lugar, vuelve con
fuerza para hacerte dudar sobre lo-que-sea hasta que vuelves a pasear de la mano del drama.