Odio hacer planes. Siempre he pensado que 'hacer planes' debe de ser una de esas cosas que inventaron los grandes almacenes para vender agendas.
Haces un plan. Lo apuntas en la agenda. Llega el día. ¿Y si entonces no te apetece hacer aquello que apuntaste un día lejano que harías hoy? ¿Tienes que hacerlo porque está planeado? ¿Porque hay gente implicada? ¿Por compromiso? Conocí a un tipo que hacía estrictamente lo que decía su agenda. Supongo que dejé de formar parte de sus planes justo el día que lo tenía anotado en su agenda. 17 de marzo: Pasar de Fosca.
En fin, lo que no soporto es a la gente que hace grandes planes, los va contando y luego nunca los lleva a cabo. El año que viene lo vendo todo y me voy fuera a aprender inglés... El año que viene dejaré este trabajo de mierda para dedicarme a mi propia empresa... ¡Ja! Lo peor son los propósitos de año nuevo. El último día del año millones y millones de personas diciendo frases como: este año haré deporte cada día, leeré más, iré a ver más a menudo a mis padres, ahorraré... blablablá. Debería existir la figura del Vigilante de Propósitos y Planes, se encargaría de velar por su cumplimiento. Iría casa por casa, en plan, eh, que se acaba el año, tienes que irte a Australia o qué. O, eh, no vale con comprarse libros, también hay que leerlos. Y así puerta a puerta, menos en la mía, claro, porque yo no me molesto, yo no hago planes. Pase de largo señor Vigilante de Propósitos y Planes, aquí no hay nada que hacer.