Una cálida mañana de abril,
Margaret, recién levantada, se lavaba la cara cuando pensó “la curiosidad es el
síntoma inequívoco de la vida”. No le bastó con pensarlo. Tuvo que decirlo en
voz alta: LA CURIOSIDAD ES EL SÍNTOMA INEQUÍVOCO DE LA VIDA. Esa revelación lo
cambió todo.
Ya nunca podría asegurar fidelidad o exclusividad a una única casa, a un único corte de pelo, a un estilo, a una marca, a un hombre, a una posición, a nada, a nadie. Todo estaba permitido. La justificación era la propia vida. Se había topado con la Carta Blanca. Estaba aterrada. Pero se sintió más curiosa que nunca. Se sintió más viva que nunca.
Ya nunca podría asegurar fidelidad o exclusividad a una única casa, a un único corte de pelo, a un estilo, a una marca, a un hombre, a una posición, a nada, a nadie. Todo estaba permitido. La justificación era la propia vida. Se había topado con la Carta Blanca. Estaba aterrada. Pero se sintió más curiosa que nunca. Se sintió más viva que nunca.