tienes que rasgar la
superficie,
para atravesar la carne,
y penetrar hasta rozar el
hueso.
Pero tómate tu tiempo,
recréate en el santo trance
de arañar la piel,
no sólo como un medio,
sino como un precioso
propósito.
Tienes que arañar la piel
y volver a arañar la piel
y volver a arañar la piel
y volver a arañarla.