Hay olores que me ponen de buen humor, como el del gel de ducha la toja o cebolla y pimiento en la sartén. También sabores, como chuparme los dedos después de haber cortado jamón o las palomitas del Augusta.
Hay visiones que me ponen de buen humor, como las persianas azul cian o un joven leyendo en la parada de metro o tren o bus. También sonidos, como la intro de Twilight Zone o el silencio de un ascensor vacío.
El buen humor también se me contagia por la piel, por la suavidad que proporciona una toalla nueva o el frío vidrio de un rueda verdejo. Y, por encima de todo, para mí, el buen humor es el poso que deja un buen sueño.